Título original: ¿Pueden los estudiantes ser
protagonistas de su propia educación?
LUIS RAZETO M.
Muchos, tal vez la mayoría de los estudiantes de la
enseñanza media, no aman la educación que reciben en sus colegios. Sienten que
no les sirve. Que tantas horas del día durante tantos años sentados escuchando
asignaturas que les proporcionan conocimientos fragmentarios cuya utilidad
desconocen, enseñados por profesores desganados que muestran saber poco de
aquello mismo que enseñan, lo sienten como un desperdicio de tiempos que
podrían ocupar mejor en otras actividades: lúdicas, deportivas, vivenciales,
conviviales, laborales, musicales, culturales, que les serían más placenteras y
más libres, y quizá también más provechosas para su desarrollo personal.
Luis Razeto MNo les faltan motivos ni razones para
sentir y pensar así. El propio sistema escolar está centrado en la obtención de
notas y puntajes, y no en el aprendizaje de los conocimientos y saberes
buscados porque estos tengan algún valor intrínseco o alguna utilidad práctica.
Tampoco se orienta a la formación de actitudes y cualidades personales y
sociales que les provean capacidades y competencias para vivir mejor, ni menos
aún que les favorezcan el despliegue progresivo de su creatividad, autonomía y
sociabilidad. La escuela los quiere pasivos y obedientes, o tal vez, más
simplemente, se conforma con que no molesten demasiado.
¿Qué podemos pensar de una educación en que después de
12 años de enseñanza un gran porcentaje de los graduados apenas entiende lo que
lee? Es evidente que los estudiantes – en su gran mayoría – no reciben buena
educación en la escuela, y tampoco la obtienen de sus padres, que parecen haber
desertado de sus funciones formativas tradicionales. Agobiados por sus propios
problemas emocionales, laborales y económicos, y culturalmente desorientados en
un mundo que cambia aceleradamente y cuyas novedades cotidianas son mejor
asimiladas por sus hijos, muchísimos son los padres que han perdido la
capacidad de hablarles, de enseñarles e incluso de ser escuchados por ellos.
Son muchos los padres que se limitan a darles en el gusto en sus caprichos, en
sus demandas y en sus exigencias.
En estos contextos escolares y familiares, los niños,
adolescentes y jóvenes tienen otras dos importantes fuentes de aprendizaje
respecto a cómo pensar, sentir, comportarse, relacionarse y actuar; pero ambas
están orientadas en el sentido de la adaptación pasiva respecto del ambiente y
el contexto social existente. Por un lado, los instruye y los adapta la
televisión, los juegos de aplicación, la publicidad y el mercado, que los
incitan al consumismo y los mantienen en la pasividad cultural. Por otro lado,
aprenden unos de otros en sus grupos de edad, donde lo más habitual es que se
generen comportamientos imitativos y tendencias gregarias y de adaptación,
debido a la natural necesidad que experimenta cada uno de pertenecer al grupo y
de ser aceptado por los iguales, con la consiguiente inhibición de las
dinámicas de personalización y diferenciación.
¿Qué podemos pensar de una educación en que después de
12 años de enseñanza un gran porcentaje de los graduados apenas entiende lo que
lee?
Es así que por las influencias convergentes de la
escuela, de los padres, de la TV, la publicidad y el mercado, y de los propios
grupos de edad y pertenencia, se inhibe en los muchachos la maduración y el
crecimiento personal, y mientras crecen fisicamente a menudo permanecen mental,
emocional e intelectualmente en un estado de infantilismo.
No todos, por supuesto. Se ‘salvan’ los que encuentran
en el colegio un profesor o una profesora realmente motivado y dedicado a la
enseñanza y la formación de sus alumnos; y los que tienen un padre o una madre
que les trasmiten convicciones y valores sólidos; y los que se sustraen del
consumismo y la banalidad de la televisión porque han desarrollado un espíritu
crítico y un amor al saber y/o al arte; y los que forman parte de grupos de
edad que por variadas cicunstancias han llegado a participar en causas
sociales, ambientales o políticas. Pero son los menos. La mayoría permanece en
la pasividad, en la dependencia y en el infantilismo, que parecieran ser lo que
requiere ‘el sistema’ económico y político capitalista y estatista. La mayoría
no recibe una verdadera educación.
Pero en esos muchachos así conformados por el
‘sistema’ permanece viva la chispa de rebeldía que nadie puede extinguir,
porque es propia de la naturaleza espiritual del ser humano. Y ello hace pensar
que es posible una salida. En efecto, los niños y los jóvenes, todos necesitan
educación y aspiran a tenerla. Lo vienen manifestando desde hace años a través
de movimientos estudiantiles que claman por una educación de calidad.
Es en este contexto que se hace necesario plantearse
la pregunta de si pueden los estudiantes ser los protagonistas de su propia
educación. Porque, dado que no la reciben en la escuela, ni de los padres, ni
de la TV y el mercado, ni de sus grupos de edad, parece no quedarles sino la
alternativa de la auto educación, esto es, la de ser los protagonistas de su
propio proceso de enseñanza/aprendizaje y de formación y desarrollo personal y
social. ¿Es ello posible?
En un primer nivel de respuesta hay que decir que
siempre el aprendizaje y el desarrollo personal requieren la participación
activa de cada uno. El aprendizaje, el estudio, el despliegue de la creatividad
y de la libertad, son procesos que sólo pueden ser realizados por uno mismo
sobre uno mismo. La escuela, los profesores, los padres, los libros, los
medios, son solamente facilitadores del proceso, condiciones externas que lo
favorecen o dificultan.
Pero la pregunta que he formulado intenta ir más allá
de este primer nivel de respuesta, aludiendo no sólo al aprendizaje sino
también a la enseñanza: ¿es posible la auto-educación, cuando los medios
educativos formales fracasan en su función? A esta pregunta ofreceré una
respuesta positiva, pero condicionada a que los mismos estudiantes tomen
conciencia de ciertos hechos y que como consecuencia de ello asuman un nuevo
protagonismo, tanto en el plano personal como en el de sus organizaciones.
Ante todo es preciso que sepan y que tomen conciencia
de que la sociedad, los padres, los profesores, las escuelas, la televisión, la
publicidad, el mercado, el Estado y los grupos de edad, que les entregan una
educación tan insatisfactoria como la que reciben y que los mantiene
profundamente insatisfechos, no están en condiciones de ofrecerles algo
sustancialmente mejor. ‘Nadie da lo que no tiene’, es una sentencia antigua
tras cuya obviedad se esconde una verdad muy profunda. Lo que ofrecen y
trasmiten los educadores mencionados es lo que tienen y lo que saben hacer; es
cierto que puede mejorar, pero a través de procesos prolongados de
transformación, desarrollo y perfeccionamiento que requieren décadas de
maduración, y que no ocurrirán si los mismos estudiantes no empiezan a
generarlos mediante los procesos de auto-aprendizaje a que nos referimos.
Entonces, es importante y necesario que sepan que no recibirán mucho, y que en
consecuencia no esperen demasiado. La conciencia de esto es indispensable para
adoptar una actitud activa y protagónica.
Dicho eso, observemos lo mismo desde otro ángulo: la
sociedad, los padres, los profesores, las escuelas, la publicidad, el mercado,
el Estado y los grupos de edad, les están ofreciendo y trasmitiendo lo que
pueden y lo que saben darles, en las condiciones en que operan. Y si bien ello
es insatisfactorio e insuficiente, no conviene desecharlo ni menospreciarlo,
porque aunque poco, es lo que han llegado a saber, a crear y a organizar. Si no
aprendemos de todo ello estaremos cerca de volver a un estado de barbarie, como
el que se observa en algunos grupos marginales que rechazan todo lo existente y
no están en condiciones de organizar algo mejor que lo reemplace. Los humanos
necesitamos ser educados por la sociedad, porque instintiva, intuitiva y
emocionalmente no estamos suficientemente habilitados para sobrevivir en sana
convivencia.
Es importante asumir, entonces, que no se parte de
cero, y que hay un aprendizaje que realizar. Ahora bien, el aprendizaje de
aquello que la sociedad y sus componentes ofrecen a los estudiantes, no puede
realizarse ni ser aprovechado realmente si uno se mantiene en modo pasivo.
Frente a lo que se recibe es necesario adoptar una posición activa y crítica.
Pues es su recepción pasiva lo que genera pasividad, dependencia y reproducción
de la mediocridad.
Aristóteles decía que la inteligencia humana tiene dos
lados, el intelecto pasivo y el intelecto activo. Aplicado esto a la educación
de sí mismo, implicaría que tenemos siempre que ‘procesar’ personalmente lo que
otros nos comunican. Si lo aplicáramos a la enseñanza escolar podría pensarse
en distribuir la ‘hora de clase’ en tres momentos: unos 15 minutos en que el
profesor enseña y los alumnos escuchan; otros 15 minutos en que los alumnos
‘procesan’ lo que escucharon; y 15 minutos finales en que los alumnos expresan
(oralmente o por escrito) lo que aprendieron y pensaron. Un tercio para el
intelecto pasivo, dos tercios para el activo, distribución del tiempo que
indico solamente para graficar la idea.
Saber que la educación que se recibe es deficiente, y
saber que en consecuencia ha de ser recepcionada y procesada críticamente, es
lo que pone al joven estudiante en el punto de partida del proceso de
autoaprendizaje. Y es también importante a la hora de identificar los objetivos
que pueden plantearse en el marco de la educación escolar que reciben, y en la
autoeducación que pueden concebir.
Cuando veo a los estudiantes ‘luchar’ por una
educación pública que sea de igual calidad para todos me pregunto si tendrán o
no siquiera la sospecha de que el Estado no les proporcionará, ni les podría
ofrecer, sino una educación mediocre y orientada a formarlos en la pasividad.
Esto se relaciona con algo más general que desconocen: que la primera y
principal responsabilidad del Estado es garantizar el orden social, y la
segunda, que la economía siga funcionando, que crezca y se reproduzca de modo
ampliado. Si el Estado llega a fallar en esas sus principales funciones, la
sociedad se tornaría caótica y las personas experimentarían gravísimos sufrimientos.
Pretender que el Estado sea motor de cambios
estructurales profundos es un contrasentido, una ilusión, fomentada desde el
interior del mismo orden político que busca y buscará siempre ‘encauzar’ todas
las energías transformadoras que surjan en la sociedad, en el marco y al
interior del orden social y político establecido. Todas las ‘reformas
educacionales’ que se realicen en el sistema escolar público están y estarán
enmarcadas en los objetivos propios del Estado, de garantizar el orden social e
institucional, y de asegurar que la economía siga funcionando y que crezca
conforme a sus dinámicas y a la división social del trabajo establecidas. Así
es y así continuará siendo, mientras vivamos en la civilización capitalista y
estatista en que estamos.
El Estado, que por su propia naturaleza implica una
división de la sociedad entre dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados,
necesita ciudadanos bastante pasivos, que no sean muy críticos y que estén
dispuestos a subordinarse. El funcionamiento de la economía capitalista
necesita obreros, empleados, técnicos, profesionales, ejecutivos, empresarios,
en determinadas proporciones de la población. La educación es organizada por el
estado y por el mercado para ello.
Para asegurar el orden social y garantizar el
funcionamiento de la economía, especialmente cuando abunda el malestar social,
el Estado se presenta ante los ciudadanos como benefactor, como proveedor de
los bienes y servicios que la gente le demanda. Este modo de organización y
operación del Estado genera en la ciudadanía pasividad y una actitud de espera
de beneficios; de esperar y de exigir que la solución de los problemas llegue
desde arriba.
El famoso Estado benefactor tan alabado por muchos es
un Estado que hace beneficencia, asistencialismo. Por eso es que al Estado se
le pide y exige gratuidad. Es parte del juego entre el mercado y el Estado. El
mercado exige competitividad, riesgo, y mantiene siempre la amenaza de la
exclusión; el Estado se ofrece como protector social de los excluidos. El
Estado ofrece gratuidad a cambio de subordinación y pasividad. En este contexto
no hay igualdad posible.
Estoy seguro que los estudiantes, los jóvenes, no
quieren jugar ese juego. Pero participan en él sin saberlo, cuando ‘luchan’ por
universalizar la educación estatal y por exigir que sea gratuita. Con tal
enfoque se mantienen en el marco del orden establecido, y aunque puedan creer
que lo que postulan es muy revolucionario, de hecho terminan fomentando la
pasividad y la dependencia.
Los estudiantes hacen bien en manifestar su
descontento, en protestar, en rebelarse. Pero se equivocan en las ‘soluciones’
que proponen, cuando levantan la educación pública gratuita igual para todos
como la gran solución. Podría ser que tengan razón en exigir que sea gratuita,
porque es una educación mediocre, y en la medida en que así las familias puedan
liberar recursos que destinar a dinámicas de auto-aprendizaje. Pero esto no va
al fondo del asunto, que es que, en la educación y desde la educación, es
necesario y urgente superar el capitalismo, que implica al mismo tiempo superar
el estatismo. Es necesario y urgente comprender que el capitalismo y el
estatismo son dos pilares igualmente fundantes de una civilización que es
capitalista en lo económico y estatista en lo político, y que ambos confluyen
en generar, asegurar y reproducir la desigualdad y la división de la sociedad,
entre ricos y pobres, y entre dirigentes y dirigidos.
Lo que se requiere es una educación liberadora, capaz
de generar en los estudiantes la creatividad, la autonomía y la solidaridad.
Una educación que en tal sentido esté orientada hacia la creación y el tránsito
hacia una nueva civilización. Pero como esta educación no la pueden
proporcionar el Estado ni el mercado, es que hay que plantearse seriamente la
cuestión del auto-aprendizaje, y de un nuevo y superior protagonismo de los
estudiantes en su propia educación.
El capitalismo busca atrapar a los jóvenes con el
consumismo. El estatismo los atrapa con la beneficencia, el asistencialismo y
la gratuidad. Entre capitalismo y estatismo, pocos espacios quedan para
promover el desarrrollo personal, la creatividad, la autonomía, la solidaridad.
Pero es en esos espacios reducidos, o sea en los instersticios de tiempo y de
oportunidades que dejan sin ocupar la escuela, los padres ausentes, la
publicidad y la TV de las que se puede prescindir, es que se pueden generar
procesos de desarrollo personal y dinámicas transformadoras, las que han de ser
alternativas, esto es, no capitalistas y no estatistas, si se quiere realmente
una transformación profunda: unos procesos que vayan creando una nueva
economía, una nueva política, una nueva educación: participativas,
integradoras, justas y solidarias.
En la formación de esas generaciones de jóvenes
creativos, autónomos y solidarios que podrán con su actuar consecuente
reemplazar las estructuras políticas, económicas y culturales por otras
mejores, un papel importante lo cumplen los centros educacionales surgidos por
iniciativa de personas y organizaciones de la sociedad civil, que aplican
pedagogías ‘alternativas’ marcadamente centradas en el desarrollo personal y en
el autoaprendizaje. Pero instituciones educativas de ese tipo son pocas y
tienen una muy limitada cobertura social. De ahí la importancia de procesos de aprendizaje
en que los estudiantes y sus organizaciones sean protagonistas de su propia
educación, para lo cual pueden contar a veces con la colaboración de padres y
de profesores conscientes y comprometidos, más a menudo con la de otros jóvenes
que compartan similares propósitos, y casi siempre con los amplios accesos al
conocimiento y a las artes que hoy son posibles a través de la internet y de
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Con este nuevo enfoque del problema de la educación no
estoy sugiriendo que los estudiantes se desentiendan de la escuela y que dejen
de presionar y exigir al Estado cambios y mejoramientos necesarios y urgentes
en la educación escolar. Al contrario, ello es parte de su propio proceso de
aprendizaje y auto-educación; pero más allá de todo ello, el nuevo protagonismo
de los estudiantes que planteo los hará incidir transformadoramente, de verdad
y en profundidad, en la educación y en el Estado. Porque al ser protagonistas
de su propia educación y desarrollo personal y social, los hijos enseñarán a
sus padres, los estudiantes a los profesores, los ciudadanos a los gobernantes.
Y así podremos, entre todos, iniciar la creación de una nueva y superior
civilización, creativa, autónoma y solidaria, no capitalista ni estatista.
Por Luis Razeto M.
Universitas Nueva Civilizaciónwww.uvirtual.net
Texto de la serie Educación: El gran engaño de la Reforma Educacional ¿Es posible avanzar hacia la igualdad mediante la educación?
Una Reforma Pensada Poco y Mal, Sobre el Lucro, el Copago y la Subvención
Luis Razeto M.
Fonte: El
Ciudadano
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